El consumo de los hogares medido por el índice de comercio minorista acumula ya en España tres años completos de avances ininterrumpidos, los mismos que la economía de crecimiento y de generación de empleo. Dado que lo hace a precios constantes a unas tasas similares al 3% interanual y que la renta disponible se mueve en similar proporción por el avance del empleo, el consumo unitario está prácticamente estabilizado y todo el avance de las ventas sería imputable al ensanchamiento de la capacidad de compra de los hogares españoles generado por la nueva ocupación. Pero más allá del evidente empuje del empleo tras una sangría escalofriante en el mercado de trabajo durante la crisis, que ha empezado a movilizar el gasto fundamentalmente en bienes ajenos a la alimentación, ha hecho también su trabajo la estabilidad, incluso la reducción selectiva, de los precios.
En los tres últimos años el índice de precios de consumo ha registrado descensos continuados, en un ejercicio de desinflación selectiva impulsada tanto por la caída de la demanda como por la fuerte reducción de los precios de las materias primas. Ese proceso que amenaza con remitir ahora con dos meses con la tasa de inflación anual en positivo, ha proporcionado una recuperación continua del poder de compra de las familias que ha aflorado en una demanda pujante tanto del consumo como de la inversión, tanto de la que precisa de financiación ajena como la que se atiende con recursos del ahorro.
Pero esta recomposición del crecimiento, de la renta, del empleo y del consumo debe también buena parte a un control de los costes de producción concentrados en los últimos años, una moneda con dos caras: una fuerte recuperación de los niveles de competitividad de la economía que ha disparado los volúmenes de exportaciones españolas y una sensible devaluación salarial, que se ha concentrado sobre todo en las remuneraciones de los nuevos empleos.
El reto está ahora en mantener la primera de las caras y modificar la segunda, con una recuperación de los niveles retributivos de las empresas, siempre que no afecten a la capacidad de competir y de ampliar las inversiones de las empresas. Aún falta mucho terreno por conquistar en la recomposición cuantitativa del empleo, pero poco a poco las empresas que tienen consolidada su posición debe procurar la metamorfosis cualitativa del mercado de trabajo. Ambas deben acometerse sin reanimar más de lo que ya lo hagan los precios de la materias primas la tasa de inflación; y para ello debe aplicarse una política salarial moderada, con un comportamiento asimétrico en el que suban los sueldos las empresas que puedan hacerlo porque lo permita su cartera de pedidos, y donde se mantenga el rigor en aquellas que no puedan permitírselo sin riesgo para sus cuentas, primero, y sus empleos, después.
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