Hoy hace cinco años que el Gobierno aprobó la reforma
laboral. Ha sido el cambio más profundo que se ha hecho en el Estatuto de los
Trabajadores desde que vio la luz en 1980 y no han sido pocos, un estudio de la
Fundación Primero de Mayo calculaba hace varios años que superaban la
cincuentena. Para el ministro de Economía, Luis de Guindos, era una reforma
“extremadamente agresiva”, como la definió días antes de su aprobación. Para la
titular de Empleo, Fátima Báñez, era una “completa y equilibrada”, latiguillo
extraído de la exposición de motivos del propio texto legal, que entonces
utilizaba reiteradamente para defenderla. Ahora cuando la defiende, ante la
amenaza de los partidos de la oposición de echarla abajo aprovechando la
debilidad parlamentaria del Ejecutivo, dice que “funciona” y que no hay por qué
tocar lo que funciona. Aunque también apunta que es el momento de fijarse en la
calidad del empleo.
Trazada en plena recesión, la reforma laboral decía tener
por objetivo principal cambiar la flexibilidad externa en las empresas por la
flexibilidad interna. Traducción: menos destrucción de empleo cuando llegan las
crisis y más reducciones de sueldos y salarios. “Va en la misma dirección que
la de 2010, pero es mucho más intensa”, apunta Miguel Ángel Malo, profesor de
Economía de la Universidad de Salamanca. También buscaba acabar con el gran mal
del mercado de trabajo español, con permiso del paro: el excesivo peso de la
contratación temporal.
Pero tenía otro objetivo menos explícito: la devaluación
salarial. Buscaba que España recuperara parte de la competitividad perdida
durante la época de la burbuja a base de reducir sueldos. A diferencia de otras
crisis, ya que no se podía recurrir a la devaluación monetaria. Y este objetivo
se consiguió: la reducción de sueldos, que venía produciéndose desde antes, se
acentuó. En 2011, la encuesta de estructura salarial del INE arrojaba un
salario medio de 25.999,87 euros anuales; en 2015, la remuneración era casi 800
euros menos, después de haber tocado fondo justo un año antes.
Cambio de equilibrios
Esta devaluación salarial llegó por varios caminos. Uno fue
la reducción de sueldos de aquellos que perdieron su trabajo y fueron
contratados posteriormente. Pero la vía que está directamente ligada a la
reforma es la que afectó al juego de equilibrios entre empresarios/patronales y
trabajadores/sindicatos en las relaciones laborales. La jerarquía de los convenios
de empresas sobre el resto, los cambios unilaterales en las condiciones
laborales o la limitación a un año de la vigencia de los convenios una vez han
caducado fueron elementos que dieron más peso a la parte empresarial.
Todos estos cambios combinados acentuaron la reducción de
sueldos, explica José Ignacio Pérez Infante, economista especializado en el
mercado laboral y estudioso de la negociación colectiva.
Una de las críticas que ha recibido la reforma por parte de
quienes creen que se ha quedado corta es que no ha impulsado los
incumplimientos de convenio suficientemente. En 2013, con el mercado laboral
tocando fondo, llegaron a afectar solo a 2.512 empresas y 159.550 trabajadores,
un 1% de los asalariados. El economista Pérez Infante recuerda que esa cifra
deja fuera los cambios de condiciones laborales unilaterales.
Por varias vías, la reforma laboral redujo los costes
laborales y eso provocó que cuando llegó la recuperación económica se creara
empleo antes que en la salida de otras crisis. En los noventa fue necesario un
año entero de crecimiento y superar el umbral del 2% para ver aumentos de
puestos de trabajo en los saldos anuales. En 2014 apenas hizo falta un
trimestre y un alza del PIB del 1%. Desde entonces, España ha encadenado más de
dos años en los que el saldo anual supera de largo subidas de 400.000 puestos
de trabajo. Prácticamente todo el crecimiento económico de los últimos años se
ha convertido en empleo.
Así a finales de 2016 había 18,5 millones de ocupados,
350.000 más que en el mismo trimestre de 2011, justo el anterior a la
aprobación de la reforma. También hay más asalariados, el colectivo al que se
dirigía la reforma: casi 15,4 millones, 250.000 más.
Pero este crecimiento tiene una cara b. El trabajo que se
está creando es precario y poco productivo. “Cuando alguien se vanagloria de
que con poco crecimiento del PIB se crea empleo, en realidad está celebrando
que la productividad aumente poco”, escribe Juan Francisco Jimeno, economista
del Banco de España, en su libro Crecimiento y empleo, editado por RBA a
finales de 2016. “Que se cree empleo con poco crecimiento no es una virtud del
mercado de trabajo español, sino más bien, un síntoma de sus peores males”,
ahonda Jimeno en otro capítulo. Uno de esos “peores males” es la temporalidad.
Esta era una de las denuncias que se hacían ayer: “La tasa de temporalidad sigue siendo elevada”, señalaba al
comienzo de un apartado de su informe en que advertía de la baja calidad del
empleo.
La reforma de 2012 pretendía atajar el uso excesivo de los
contratos de duración determinada. Para eso creó un nuevo contrato indefinido
que permitía a pymes contratar a jóvenes durante un año a prueba y con despido
gratis en ese periodo. También redujo los costes del despido improcedente de 45
días por año trabajado a 33, y facilitó los despidos colectivos al eliminar la
autorización administrativa de los ERE y tasó con claridad las causas
económicas para justificar estos procesos (tres trimestres consecutivos con
caídas anuales de ingresos). Pero aquí ha fracasado o la incidencia ha sido
mínima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario