A la espera del IPC previsto para marzo 2017, analizamos la esperable evolución de la inflación en España en 2017.
La inflación en
la zona del euro ha llegado ya a niveles del 2%, algo que no se veía desde hace
cuatro años.
Este valor está en línea, por fin, con el objetivo de inflación
del BCE. El aumento se ha producido en los últimos meses: la inflación era del
0.6% todavía en noviembre y había subido al 1.8% en enero.
En España, el
aumento de precios es incluso superior, del 3%. Esto disipa definitivamente los
temores a caer en la deflación albergados durante un tiempo. Desde principios
de 2015, el número de componentes de la cesta de la compra que presenta caídas
de precios se ha ido reduciendo drásticamente.
A la vista de
estos datos, la inflación parece haber dejado atrás las excepcionales
circunstancias provocadas por la crisis y la caída de precios del petróleo,
volviendo a la “normalidad” anterior. En efecto, desde la creación del euro (en
1999) hasta el estallido de la crisis, lo habitual fue que la tasa de inflación
del conjunto de la zona del euro se mantuviese cerca del objetivo del 2% y que
España mostrase diferenciales positivos cada año de aproximadamente un punto.
¿Significa esto
que la política monetaria debe ir volviendo también a la normalidad, elevando
unos tipos de interés que desde hace tanto tiempo se mantienen en niveles
excepcionalmente bajos?
Hay cada vez más voces que se alzan defendiendo esta
postura. En su reciente reunión del 15 de marzo, la Reserva Federal comenzó a
subir tipos en Estados Unidos, lo que parece marcar a Europa el camino a seguir. Sin embargo, aunque sea
cierto que el repunte de la inflación permite comenzar a plantearse una subida
de tipos, es demasiado pronto todavía para adoptar esa decisión. Y no sólo
porque la producción continúe manifestando signos de debilidad, también en
términos del propio objetivo de inflación que tiene el mandato de lograr el BCE
(definido “a medio plazo”, de forma sostenida en el tiempo).
El aumento
observado de la inflación tiene un importante componente coyuntural. La fuerza
que la impulsa a corto plazo proviene sobre todo del comportamiento de los
precios de la energía y de los alimentos no elaborados (especialmente frutas
frescas, legumbres y hortalizas), relacionado en parte con factores climáticos
temporales.
Para eliminar ese componente coyuntural, se elaboran indicadores
que miden la llamada inflación subyacente, buscando obtener una mejor visión de
las tendencias a medio plazo. Tales
indicadores no envían señales de aumento. La inflación subyacente se mantiene
estable en el 1%, tanto para el conjunto de la zona del euro como para España.
Por otro lado, en diversos países europeos el número de componentes del IPC que
mantiene tasas negativas, o positivas pero muy pequeñas, sigue siendo
relativamente alto.
Dado todo lo
anterior, hablar de una tendencia sostenido al alza en la tasa de inflación
resulta claramente prematuro. Pedir al BCE que suba en consecuencia el tipo de
interés resulta aún más precipitado.
Además, la debilidad de la producción no
ha remitido por completo. Debe tenerse en cuenta así mismo que el mecanismo de
transmisión de la política monetaria sufre retardos: desde que el BCE sube el
tipo de interés al que presta a los bancos comerciales, hasta que éstos suben
los tipos a los que prestan a familias y empresas, y el consumo y la inversión
se ven plenamente afectados, transcurren unos dieciocho meses. No sería
deseable que esos efectos se manifestasen cuando el repunte temporal de la
inflación estuviese disipándose por sí solo.
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