Diversos estudios recientes
señalan que las mujeres reciben en nuestro país un salario un 30% inferior al
que reciben los hombres y que esta diferencia se va agrandando en los últimos
años. Al realizar la comparación por hora trabajada (el trabajo a tiempo
parcial es mucho más frecuente entre mujeres), la brecha disminuye, aunque
sigue siendo muy alta.
Aunque la ley impide las
diferencias salariales por género a igualdad de puesto y que a la función
pública se accede por oposición con condiciones fijadas de antemano, siguen
existiendo casos en los que se retribuye menos a las mujeres frente a sus compañeros
masculinos que desempeñan el mismo puesto.
Creo que el aspecto más
preocupante y que explica de una forma más nítida por qué cobran menos de media
es la poca representación femenina en los puestos de responsabilidad (por
ejemplo, sólo un 20% de mujeres en direcciones funcionales) y no digamos entre
la alta dirección de las empresas (apenas el 10%). Y eso supone un gran
problema, no sólo porque se desaprovecha una gran parte del talento disponible
y se limita la sensibilización hacia las necesidades de la mitad de la
población y, por tanto, de los consumidores, sino porque se pierde
rentabilidad.
Un estudio del Instituto Peterson
para la Economía Internacional y del Centro de Estudios EY pone de manifiesto
que una empresa con un 30% de mujeres en puestos directivos, frente otra sin
casi presencia femenina en puestos ejecutivos, puede aumentar su beneficio en
un 6%.
¿Por qué hay tan pocas mujeres
directivas? Los expertos señalan varias causas: Dificultad de conciliación,
dada que la principal carga sobre la familia sigue recayendo en las mujeres. La
maternidad suele coincidir con años críticos para el desarrollo profesional.
Culturas arraigadas en
determinados sectores y empresas, tradicionalmente masculinizados (como el
sector industrial o el de la construcción). Tendencia de muchos hombres, que
ocupan en la actualidad los puestos directivos, a contratar preferentemente a
hombres, lo que perpetúa la situación. Y, por último, las mujeres plantean
menos exigencias, son más conciliadoras y hacen valer menos sus derechos.
Además
de todo lo anterior, probablemente tengamos como sociedad una visión sexista de
lo que debe ser un líder. Las mujeres que adoptan comportamientos y actitudes
muy típicas de los líderes masculinos son criticadas por ello y no percibidas
como buenas líderes.
Y mucho menos aún si sus
actitudes son claramente femeninas. De hecho, hace un par de años, un estudio
realizado por la firma inglesa de reclutamiento online Ukjobs.net, en el que se
encuestó a más de 3.000 trabajadores, revelaba que el 63% de las mujeres y el
75% de los hombres prefería tener un jefe masculino, lo que destaca de manera
muy palmaria los prejuicios existentes.
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