Codorniu era la empresa familiar más antigua de Cataluña y
de España, fundada en 1551. Pues ya no lo es. Ahora es un activo más en un
fondo de inversión, en este caso de Carlyle. Se trata de algo más que un
síntoma: es el ejemplo de que el tejido empresarial tradicional catalán, la
empresa familiar con arraigo industrial, se está apagando. Esta semana ha
salido a la venta Pastas Gallo. Es el último ejemplo, de lo mismo: las familias
fundadoras se cansan, prefieren hacer caja y romper con la tradición a cambio
de volver a casa con los bolsillos llenos.
En una transacción de manual en el mundo de alimentación,
Pastas Gallo sale a la venta por 200 millones, aplicando el típico baremo de
este sector: un euro facturado, un euro pagado
El fenómeno no es nuevo. Arrancó hace trece años cuando la
familia Bernat le vendió Chupa Chups a la italiana Perfetti. Desde entonces, el
goteo de enajenaciones empresariales ha sido una constante. Por cada empresario
como Josep Maria Serra (Catalana Occidente) o Víctor Grifols (Grifols), hay
diez que prefieren vender. No se trata de nada político, el fenómeno no tiene
nada que ver con el 'procés'. Sin embargo, durante el pasado 2018, el número de
ventas se dispararon.
Hasta el pasado año, cada ejercicio tenía dos o tres ventas
significativas. Así, por ejemplo, 2007 Alstom compró Ecotecnia, una operación
con la que Cataluña perdió el liderazgo en un sector de futuro como el eólico.
Y diez años después en 2017 Panasonic adquirió a la familia Pujol la primera
empresa de componentes de automoción de España, Ficosa. Ese mismo año el
fundador de Pronovias, Alberto Palatchi vendía Pronovias a BC Partners por 550
millones.
Pero, en 2018, este proceso se ha acelerado. En el pasado
año no ha habido dos operaciones. Ha habido siete. Y no solo simbólicas como
Freixenet y Codorníu, también de fuerte calado económico, como la de Manuel Lao
vendiéndo Cirsa por 2.000 millones al fondo Blackstone. La mayor operación
corporativa de ese año.
Las empresas familiares tienen problemas para hacer la
sucesión de una generación a otra y así la mejor opción acaba siendo la venta
de la compañía
Tras estas operaciones de venta de las familias catalanas
siempre hay detrás el mismo motor: el problema de la sucesión. Las nuevas
generaciones no se sienten motivadas a llevar la empresa. Parece más fácil
heredar y vivir como rentistas o beneficiados de un 'family office'.
Por tanto, el proceso de ventas de las familias catalanas
también está suponiendo una mutación en las élites empresariales catalanas.
Antes era un empresario industrial, centrado en operativas, en la exportación y
en las rebajas fiscales de impuestos como el de sociedades. Ahora se tratará de
grandes fortunas que vivirán de las rentas y a las que preocupará mucho más,
por ejemplo, el impuesto de patrimonio. Y eso también está suponiendo el
distanciamiento que se está viviendo entre empresarios y políticos catalanes.
Sin el peso industrial, sin ofrecer puestos de trabajo, esos empresarios ya no
resultan tan determinantes y pueden permitirse gobernar de espaldas a la clase
empresarial.
Dinero al inmobiliario
Con los tipos bajos, ese dinero que están inyectando fondos
y multinacionales va directo al sector inmobiliario. A conseguir inmuebles que
se puedan poner en renta para obtener rendimientos por encima del 5%. Por ello,
esta nueva élite de herederos forrados apuesta por el turismo: el turismo
supone más viandantes pasando por tiendas alquiladas a gigantes mundiales del
lujo. A medida que crece este fenómeno, las sociedades se terciarizan y las
nuevas actividades que surgen ofrecen salarios más bajos, según denuncian
economistas como Miquel Puig.
Y si una lección deja el 2018 es que todos venden. Vende
Manuel Lao, que llevaba treinta años liderando el sector de ocio y juego en
España. Pero venden también Jaume Roures y sus socios de Mediapro, que dan
entrada al capital chino cuando por edad se encuentran todavía en plenitud de
su capacidad empresarial.
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